“¡Yo soy yo! ¡Mi alma será pequeña. Pero es mía!” Y sintiendo en esta exaltación de su voz como si éste se le fuera hinchado y la casa le viniera estrecha, salió a la calle para darle espacio y desahogo.
Apenas pisó la calle y si encontró con el cielo sobre la cabeza y las gentes que iban y venían, cada cual a su negocio o a su gusto y que no se fijaban en él, involuntariamente por supuesto, ni le hacían caso, por no conocerle sin duda, sintió que su yo, aquel “¡Yo soy yo!”, se le iba achicando, achicando y se le replegaba en el cuerpo y aun dentro de éste buscaba un rinconcito en que acurrucarse y que no se le viera. La calle era un cinematógrafo y él sentíase cinematográfico, una sombra, un fantasma. Y es que siempre un baño de muchedumbre humana, un perderse en la masa de hombres que iban y venían sin conocerle ni percatarse de él, le produjo el efecto mismo de un baño en naturaleza abierta a cielo abierto, y a la rosa de los vientos.
Sólo a solas se sentía él; sólo a solas podía decirse a sí mismo, tal vez para convencerse; “¡Yo soy yo!”; ante los demás, metido en la muchedumbre atareada o distraída, no se sentía a si mismo.
Niebla.Unamuno.